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Sanjinés, la revolución más allá de Revolución

El cineasta interpela con cada una de sus imágenes, desde su propia prehistoria creativa. Su vigor en la pantalla demuestra que estamos ante un creador que no pudo ser ajeno a su tiempo.

(APC Bolivia).

¿Qué es la revolución? ¿Cuál es la revolución? Con esta palabra “Revolución” Jorge Sanjinés titula uno de sus primeros cortometrajes filmados en Bolivia el año 1963.

¿Dónde está Sanjinés —con su reflexión social e ideológica— en Revolución? La respuesta puede ser errada, existe el beneficio de la duda, de la libre interpretación. El cineasta es hijo de una generación que ha vivido la Revolución Nacional (1952) en su temprana juventud, y que más bien está signado por el recuerdo de lo que fuera la Guerra del Chaco (1932-1935). Su edad lo ubica en un lugar de privilegio como espectador de la gesta movimientista. Pero no lo tiene como un actor de aquello. Su distancia generacional le permite, en todo caso, tener una perspectiva sobre los hechos que ayudan a desfragmentar la historia oficial y ser crítico con ella. Sus estudios en Chile, a finales de los años cincuenta, también le distancian de lo más inmediato, siendo esto un beneficio dentro de aquello que puede ser la efervescencia coyuntural de lo que significaría la consolidación de la Revolución Nacional.

Revolución es un corto fundamental dentro de la filmografía boliviana, por aquellos valores cinematográficos que contiene y que tantas veces fueron reconocidos por expertos tanto en el país como fuera de él. También lo es por su presencia internacional en aquellos años sesenta en diversas pantallas en las que los elogios se multiplican. Sin embargo, el trabajo de Sanjinés es donde menos se nota la firma de su autor, en el que se desvanece cualquier gesto de autoría, a favor de un ejercicio cinematográfico de montaje de una excelente factura.

El cineasta tiene en Revolución su prehistoria, entendiendo esto en función de toda su obra posterior, difícil sería cuestionar a Sanjinés desde aquí, porque es con este corto que sintetiza lo que él imagina como una “revolución”, no sólo en relación a la boliviana del 52, sino a aquellas de las que conoce y que el mundo entero dramatizó para entonces.

La película podría “ilustrar” cualquier revolución y ahí radica su vigencia, su atemporalidad, lo cual la hace una pieza digna de ser vista en cualquier latitud en el tiempo. Cada uno de sus planos sintetiza el momento previo, los motivos y las razones de una insurrección popular. Y con esto desarrolla un discurso que toma postura sobre el hecho mismo de hacer el cambio en el paradigma político de la sociedad ante la injusticia y los atropellos contra las grandes mayorías desposeídas en cualquier rincón del mundo.

Lo que pasa con Revolución es que no está filmada en cualquier lugar del mundo. Es una película hecha en La Paz, luego de 11 años de la Revolución Nacional, en un país donde los gobiernos democráticos de la “revolución” aún mantienen el poder político. Entonces el corto ocupa otro lugar.

Con los años el corto ha conseguido tener dos (o más) connotaciones en este sentido. El primero, y más difundido en la actualidad es aquel que lo relaciona con la revolución de 1952. Muchas veces se lo ha “utilizado”, ante la ausencia de otras imágenes —no oficiales— para poder dejar ver lo que puede ser la insurrección popular. Por la facilidad que existe de ubicar esto en un pasado en blanco y negro, parece ideal para cumplir una función de este tipo. La otra connotación es entenderlo como la revolución dentro de la revolución. Lo que debería suceder cuando está enquistado el poder en un nuevo orden que replica el pasado. Esta otra perspectiva ha sido mucho menos explorada, porque cuestionar la gesta movimientista todavía es un tema difícil de encarar.

Revolución de 1963 es válida para mostrar una gesta popular en un año distinto. Su vigencia y actualidad la convierten en un clásico. Las posibles interpretaciones que se puedan hacer del corto lo ubican en un lugar de privilegio para nuevos estudios. Pero su lugar, en su tiempo, despiertan aún más interés desde las orillas de la crítica y su posible posicionamiento dentro de una cronología, o incluso más allá de ella. En ningún caso se circunscribe a un asunto concreto, justamente por su manera de re-crear la potencial revolución.

Sanjinés es revolución, más allá de Revolución, y nos interpela con cada una de sus imágenes, desde su propia prehistoria creativa. Su vigor en la pantalla demuestra que estamos ante un creador que no pudo ser ajeno a su tiempo, pero que también está más allá de él. La Revolución Nacional acaba el 4 de noviembre de 1964 con el golpe de René Barrientos. Pero es acaso que la revolución concluye… queda la pregunta, y más allá de esta… queda Revolución.

FUENTE: Periódico AHORA EL PUEBLO – Claudio Sánchez

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