Opinión

Radiografía del errático opositor

(APC Bolivia. Jorge Richter).- Qué es la vida si no una aproximación diaria a la muerte? ¿Y qué es la política si solo es reducida a destruir? En las dos circunstancias el final queda marcado por un trémulo e inexorable caminar hacia su fin. La oposición política en Bolivia, vacía de pensamiento, llevó en el mes de la ruptura institucional sus ansias hasta el fin, y allá en el fin no había nada. Entonces lastimaron y mataron también.
Si pretendemos un análisis político del momento opositor después de un esforzado intento por renovar las acciones movilizadas que los conduzcan a “concluir lo que empezamos en noviembre de 2019” —léase paro cívico, político e institucional— requerimos, metodológicamente, examinar la estructura de la realidad discursiva/conductual opositora como marco de referencia indispensable. En los ambientes que se congregan los opositores —espacios virtuales, cafés o domiciliarios— retumban ciertas ideas con intención estratégica: la mayor de ellas, ganar las calles construyendo una presencia política visible en ese espacio público; hablan de la necesidad de crear un elemento disparador de la movilización popular; hablan también de erosionar al Gobierno con denuncias permanentes, de montar una presencia infinita en las redes sociales y a través de ellas desgastar y desgastar, exponiendo todo aquello que pueda visibilizar problemas que deriven en inestabilidad social. Ya en las estructuras institucionales y partidarias, los elementos estratégicos avanzan por la instalación de posverdades, construcción de realidades paralelas y fijación de sensaciones sociales masivas disparadas desde la corporación mediática empresarial, los poderes políticos y actores cívico institucionales. En los mismos espacios todos ellos insisten repetidamente, en un acto de falsa contrición, de ser incuestionablemente demócratas; pero no lo son.
El retorno a la calle. En 2019 tuvieron un factor de indignación construido desde espacios institucionales de supuesta objetividad irrebatible. La OEA y su inefable secretario general, articulado en sintonía quirúrgica con viejos actores políticos y una agresiva dirigencia cívica, construyeron la narrativa del fraude electoral, a la que días después se agregó el discurso de la alta dirigencia episcopal. Juntos organizaron la movilización de los sectores medios para validar los métodos no constitucionales y propiciar la ruptura. Se anotaron esa batalla y tomaron el control del Estado. Y en el fervor de saberse poderosos, olvidaron la importancia de conocer la organización más sensible de la sociedad boliviana; ahí pensaron entonces en décadas de poder político omnímodo como algo posible. Hoy, la historia los ha sentado ya en el banquillo acusatorio, interpelándolos frontalmente por hacer del desprecio a la vida una manera de conducirse en la política.
El factor de indignación hoy ausente —que es un proceso de construcción que exige de la presencia de diversos componentes— los llevó a intentar, con elementos discursivos menores articulados y potenciados desde sus espacios en la corporación mediática empresarial y redes sociales anónimas, una paralización plena del país con la expectativa de lograr adhesiones espontáneas al movimiento opositor. El resultado se expresó en la pobre efusividad exhibida por las autoridades convocantes.
El grupo cívico político institucional, sin cohesión interna ni liderazgos que entusiasmen y comprendan el arte de la conducción política, busca regresar en propiedad a las calles; para ello, de forma dispersa debaten acciones: el revocatorio, como proceso de motivación movilizadora antes que imaginar posible una victoria en las urnas. Entienden que el armado de esa logística y un supuesto rechazo desde el Tribunal Electoral con argumentos diversos les permitiría continuar durante tres años haciendo política y denunciando el hecho. Sobre esta iniciativa que no tiene consenso, se argumenta que no existen las condiciones históricas y sociales que lleven a la gente nuevamente a las calles, se sabe también que la idea es más de entusiasmo que de posibilidades reales. Otra acción considerada está en la formación de nuevas organizaciones sociales y alianzas con aquellas en disidencia con el MAS, esto como proceso de creación de un nuevo poder político. La derecha en Bolivia ha comprendido que el poder requerido para apropiarse de la calle viene de las organizaciones sociales antes que del natural apoyo de las clases medias, que no tienen tradición de movilización. Siendo este un proceso de compleja construcción social en el tiempo, intentan hoy alianzas con organizaciones sociales en oposición circunstancial a una suma de proyectos de ley de coyuntura para acumular tensiones y exponer problemas que conduzcan al deterioro permanente que se plantean.
Las clases medias radicalizadas, hoy convertidas en la expresión de la derecha y el conservadurismo intolerante, a diferencia del movimiento popular, tienen otras formas de organización social desde donde intervienen políticamente, sus corporaciones están en los colegios de profesionales, cámaras empresariales, asociaciones de fraternidades, círculos sociales, universidades y colegios privados. Un conjunto de corporatividades alternas a lo social y popular, pero con limitadas capacidades en la movilización constante que exige la calle.
La disputa es por la propiedad de la calle. El movimiento popular, expresión de la Corporatividad Social y Popular, entiende que, ante la ofensiva de las formas políticas de ruptura propias del modelo noviembrista, se debe contrapesar con otro modelo: el de la Acción Colectiva Territorial Movilizada. Esto es, presencia territorial popular movilizada de forma constante.
Los sectores antes dominantes ejercían su lógica de dominio en unidad casi natural, quienes resistían lo hacían dispersos, en esfuerzos aislados. Hoy, inversamente, la historia muestra que quienes resistieron están cohesionados en un bloque popular y el absolutismo de antes resiste separadamente con focos de violencia. No todas las respuestas a procesos y hechos políticos tienen inflexiblemente una naturaleza política. A momentos, las contestaciones a lo político suelen tener argumentos propios de la psicología, respuestas conductuales y discursivas que aclaran el errático andar del hombre opositor del momento, tal vez explicado por el pasado inmediato, por los muertos sembrados. Los muertos producen insomnio y el insomnio arrastra a la locura. Los fantasmas de la muerte los van enloqueciendo hasta dejarlos en un cenagal de despecho y angustias. ¿Qué podría haber pensado Dios cuando las balas salían impiadosamente de aquellos fusiles en Sacaba y Senkata?

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