Opinión

Otros bolivianos llegan al país en avión

¿𝐀𝐂𝐀𝐒𝐎 𝐏𝐎𝐑𝐐𝐔𝐄 𝐒𝐎𝐘 𝐏𝐎𝐁𝐑𝐄 𝐓𝐔 𝐍𝐎 𝐌𝐄 𝐕𝐀𝐒 𝐀 𝐐𝐔𝐄𝐑𝐄𝐑? 𝐥𝐞 𝐜𝐚𝐧𝐭𝐚𝐧 𝐚 𝐀𝐧̃𝐞𝐳 𝐝𝐞𝐬𝐝𝐞 𝐏𝐢𝐬𝐢𝐠𝐚

Por Mijail Miranda Zapata/Muy Huaso.-

El campamento Tata Santiago está a 3695 metros sobre el nivel del mar. Sus carpas están acomodadas en medio del altiplano que comparten Bolivia y Chile.

Llevan cinco días durmiendo hacinadas en carpas que no sobrepasan los tres metros cuadrados de superficie. Aún así, pese al calor de sus cuerpos apretujados, el frío durante las madrugadas las estremece. Cuentan que apenas les han dado una frazada por persona.

La temperatura mínima en Pisiga, en los próximos días, estará siempre por debajo de los cero grados centígrados. Son diez a 12 bolivianxs, muchas mujeres con niños pequeños, quienes comparten los diminutos espacios con sus familiares y desconocidos. Todas son migrantes que decidieron, empujadas por la crisis desatada con la pandemia del coronavirus, retornar a sus hogares, en su país. Pero las puertas se les cerraron.

El campamento donde actualmente están confinadxs 480 bolivianxs de distintas regiones del país lleva el nombre de un apostol que, en la tradición católica, es reconocido por su aparición milagrosa para cortar y aplastar las cabezas de «musulmanes invasores», herejes y paganos, en la batalla de Clavijo, uno de los episodios más icónicos de la denominada Reconquista de la Península Ibérica, hacia el año 844 de la era cristiana. Dicen los estudiosos que este periodo consistía en «nuevas monarquías que pretendían restablecer un orden político y religioso preexistente». Pero esa es otra historia.

Ayer, en su cuarta noche de destierro, las exiliadas de Pisiga seguramente recibieron con amargura la noticia de que otro grupo de sus compatriotas sí tendrá el privilegio de retornar a Bolivia desde Chile.

Las desterradas, seguramente, se preguntarán por qué estos otros bolivianos sí podrán entrar a su país y utilizar un baño en condiciones higiénicas mínimas, tomar una ducha caliente cada día, beber un vaso de agua cuando lo quieran, alimentarse más de dos veces al día, comer más que una magra ración de fideos con casi nada de carne o cargar sus teléfonos para comunicarse con la gente que aman y extrañan. Todas esas simples cosas que ahora les resultan lejanas e inalcanzables. ¿Acaso por qué soy pobre no me van a querer?, deben de preguntarse.

La Cancillería boliviana respondió rápido, siempre de manera velada, «diplomática», como corresponde:

Ellos, los que sí tienen las puertas del país abiertas, «contrataron una aeronave ‘Ecojet’ para que los recoja; por lo tanto, pagarán el costo total de la aeronave y se accede a su retorno por el compromiso a guardar cuarentena (…). El costo que demande la cuarentena, tanto del espacio físico como de la alimentación, serán pagados por esas personas, para el Estado no significará ningún costo ni gasto».

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