Opinión: El Perú todavía no aprende a convivir con su diversidad cultural
(APC Bolivia. CHIRAPAQ. Tarcila Rivera). El sábado 9 de abril, la empresaria peruana Belén Barnechea Ganoza se casó con el aristócrata español Martín Cabello de los Cobos, nieto del octavo conde de Fuenteblanca. La boda se llevó a cabo en la ciudad peruana de Trujillo y trascendió el círculo de las noticias de sociedad al realizar un pasacalle que, en medio de fuegos artificiales y una banda de músicos, mostraba en diferentes puntos del trayecto a un conjunto de indígenas en posición de sumisión y subordinación. Al estilo de las estampas de costumbres de antaño, intentaba dar cuenta de la riqueza cultural del Perú, específicamente del pasado Moche y Chimú de la región de Trujillo, desde una mirada y representación que motivó la protesta pública de diversas organizaciones y de la ciudadanía.
Representaciones como la ocurrida en Trujillo forman parte de un complejo más amplio de narrativas sobre nuestra historia y las maneras en cómo se vincula este pasado con las actuales élites. En el caso de la cultura Moche, desde la década de 1980 se viene construyendo un discurso de identidad regional en la costa norte del Perú a partir de la vinculación entre las élites actuales y las élites de poder de las antiguas culturas preincaicas. Algo similar ocurrió en el Cusco entre las elites regionales y su apropiación de los símbolos y representación de lo Inca, generando recreaciones de danzas y ceremonias que más tenían de imaginación que de realidad. Similar a lo ocurrido en Trujillo con una de las danzas representada en el pasacalle, la “danza de la soga”, que no es otra cosa que el desfile de un conjunto de guerreros derrotados y atados.
Este evento ha sido una clara muestra de las limitaciones en cuanto a la comprensión y valoración de la diversidad cultural por parte de las clases acomodadas y una ventana a las percepciones que tienen de sí mismos en relación a esta diversidad, su historia y la historia en general.
Actualmente, según la Base de Datos de Pueblos Indígenas u Originarios del Ministerio de Cultura, existen en el Perú 55 pueblos indígenas (51 en la Amazonía y cuatro en los Andes) y se hablan 47 idiomas indígenas. A esto hay que agregarle una larga historia de ocupación y adaptación al territorio desde hace 20,000 años, desarrollando sociedades complejas desde hace 5,000, teniendo su punto culminante con el imperio Inca. Luego de su confrontación con occidente en el siglo XVI, dieron paso a cerca de 300 años de dominio colonial y posteriormente a los actuales 200 años de vida republicana. Como puede apreciarse, el peso histórico del desarrollo autónomo de los pueblos indígenas y su continuidad al presente es enorme, pero no gravita ni tiene igual valor y representación en comparación al peso que se da al periodo colonial y su representación de un pasado centrado en la explotación y la apropiación cultural.
La representación de la época colonial en la boda estuvo dada por personas ataviadas con uniformes de Los Tercios de España durante la animación de la fiesta. Esta unidad de élite al servicio de la Corona española, disuelta en 1704, viene constantemente siendo invocada conjuntamente con símbolos como la bandera con la Cruz de Borgoña como parte de discursos de derecha. Este fue el caso de diferentes manifestaciones en el marco de las elecciones de 2021 en nuestro país, como una clara confrontación (la reminiscencia de la herencia colonial y con ello el ingreso a la “modernidad”) con lo que hasta ese momento representaba el entonces candidato (ahora presidente) Pedro Castillo: lo rural y, con ello, a los excluidos del poder.
Lo colonial de todo este proceso radica en la construcción de la diversidad: un mundo ajeno pero difícil de desaparecer, en donde los pueblos indígenas sirven a los intereses y necesidades del momento histórico, pero a los cuales difícilmente se les puede incorporar como iguales. Este orden, en el cual cada quien ocupa un lugar por su propia naturaleza, es uno de los pilares sobre el cual se ha construido y se sustenta el racismo en nuestro país. No es de extrañar que la diversidad sirva para decorar un pasacalle en el marco del matrimonio de la élite, sirviendo de decoración y referente de un pasado en el cual también se ejercía la dominación. No es tampoco de extrañar que los personajes representados como de alta jerarquía se paseen al igual que los novios, y aquellos del pueblo (mujeres y prisioneros del “baile de la soga”) estén sometidos y bajen la cabeza cuando pasa la pareja.
De esta manera, en la perspectiva y mentalidad de los involucrados, no se encuentra nada de malo en la escenificación e incluso han respondido que todo este debate ha servido como cortina de humo frente a otros problemas.
Cuando la diversidad no puede ser controlada, se convierte en amenaza. Al no ser comprendida resulta inescrutable en cuanto a sus necesidades, generando miedo. Así ocurrió el 5 de abril, cuando el gobierno decretó toque de queda en la ciudad de Lima ante las movilizaciones sociales, oportunidad que aprovechó el congresista de oposición Jorge Montoya para expresar que estaba de acuerdo con la medida porque tenía información de que “iban a bajar los cerros a saquear Lima”.
Ya sea en una boda o en las declaraciones de un político, la diversidad desde un punto de vista unilateral termina siendo tergiversada y desprovista de toda posibilidad de construirnos como un país que se reconoce positivamente en la diversidad de sus integrantes. En este panorama, la democracia es una amenaza en cuanto a la promesa de hacernos a todos y todas iguales, con las mismas oportunidades y derechos y nos corresponde precisamente a los pueblos indígenas fortalecerla. En ese proceso nos encontramos.