La derecha no es suicida, no entregará el poder pacificamente

PRIMERA LÍNEA ►
La victoria electoral no es sinónimo de poder: defender la victoria es la primera responsabilidad moral antes de ser gobierno. Un miedo atroz recorre las entrañas de la derecha ante la victoria abrumadora del MAS en las elecciones del 18 de octubre. Nada parece detener lo que la mayoría ya decidió. Ni la renuncia de la presidenta interina y candidata de la embajada norteamericana ni los entretelones para dotarle de impunidad a cambio de sus votos es suficiente para que Carlos Mesa aspire a una segunda vuelta.
La renuncia generó efectos no deseados que fortalecen la posición del fascismo de Camacho en Santa Cruz, mientras Mesa pierde tiempo en la estéril búsqueda del voto útil que le ayudó a sobrevivir políticamente el año pasado. Hoy, el voto útil se carga en las espaldas de los violentos que tratarán de arrebatarle la victoria al MAS mediante las tácticas conocidas: quema de ánforas, interrupción de la cadena de custodia, incendio de las cortes departamentales y el mar de sangre en las calles. La derecha sabe más que nadie que ésta es su batalla final antes de emprender el largo camino de su calvario al exilio o a la cárcel por la maraña delictiva, por sus delitos de lesa humanidad y por destruir el país luego del golpe de Estado. Ninguna derecha es suicida para entregar el poder de manera dócil o pacíficamente, cuando sabe que será juzgada mediante el voto popular y la fuerza de la legitimidad en las urnas.
𝐄𝐬𝐭𝐨 𝐝𝐞𝐛𝐢𝐞𝐫𝐚 𝐢𝐧𝐝𝐮𝐜𝐢𝐫 𝐚 𝐥𝐚𝐬 𝐨𝐫𝐠𝐚𝐧𝐢𝐳𝐚𝐜𝐢𝐨𝐧𝐞𝐬 𝐬𝐨𝐜𝐢𝐚𝐥𝐞𝐬 𝐚 𝐩𝐞𝐧𝐬𝐚𝐫 𝐞𝐥 𝐟𝐮𝐭𝐮𝐫𝐨 𝐢𝐧𝐦𝐞𝐝𝐢𝐚𝐭𝐨, 𝐚𝐧𝐭𝐞𝐬 𝐝𝐞 𝐝𝐢𝐬𝐩𝐮𝐭𝐚𝐫 𝐞𝐬𝐩𝐚𝐜𝐢𝐨𝐬 𝐝𝐞 𝐩𝐫𝐞𝐛𝐞𝐧𝐝𝐚. 𝐄𝐬 𝐭𝐢𝐞𝐦𝐩𝐨 𝐝𝐞 𝐜𝐚𝐯𝐚𝐫 𝐭𝐫𝐢𝐧𝐜𝐡𝐞𝐫𝐚𝐬 𝐞𝐧 𝐥𝐮𝐠𝐚𝐫 𝐝𝐞 𝐥𝐚𝐦𝐞𝐫𝐬𝐞 𝐥𝐨𝐬 𝐥𝐚𝐛𝐢𝐨𝐬 𝐜𝐨𝐧 𝐥𝐚 𝐦𝐢𝐞𝐥 𝐝𝐞 𝐥𝐚𝐬 𝐩𝐞𝐠𝐚𝐬.
Las horas están contadas para ambos bandos, mientras la plana mayor del MAS duerme confiada de su victoria en primera vuelta, el fascismo no duerme. Mientras algunos se limpian la boca antes de comer, anunciando adhesiones y vetos, la derecha marrullera afila los cuchillos para pasar a degüello las cabezas que sean necesarias antes de ceder el poder. Nadie debe ignorar que en Bolivia hay dos grandes campos de batalla; el electoral que no es más que un rito político y el militar que es la trama definitiva. Quien ignore esta premisa simple en las horas más difíciles de la Patria, habrá perdido el rumbo de la historia.