Guatemala: A 10 años del caso de la Masacre de Alaska, Totonicapán
(APC Bolivia). El 4 de octubre del 2012 fue perpetrada una masacre contra vecinos de Totonicapán por miembros del Ejército de Guatemala. Han sido 10 años luchando por justicia en tribunales. Inicio del Juicio Oral y Público contra autores materiales está programado para el día 15 junio de 2023.
Fragmentos del artículo de Sergio Palencia
A diez años del 4 de octubre de 2012, vuelven a nosotros las interrogantes: ¿quiénes eran los hombres, jóvenes y ancianos, que murieron por los balazos del Ejército de Guatemala en la Cumbre de Alaska, Totonicapán? ¿Quiénes eran ellos para sus esposas, hijos e hijas, padres y madres, vecinos de las aldeas? Temprano ese día, los vecinos y vecinas quichés tomaron buses rumbo a la Cumbre de Alaska, en el kilómetro 169 de la Carretera Panamericana. Otros, ubicados en las cercanías, caminaron acompañados de sus hijos o hijas mayores. Alaska es el nombre con el que los ingenieros bautizaron la cima ubicada a 3,015 metros de altura. Localmente conocida como Chuipatán, el lugar forma una pequeña explanada rodeada de colinas hacia el norte y los barrancos de Ixtahuacán al sur.
Aquel jueves, desde las cuatro y media de la mañana, las mujeres de las aldeas prendieron la leña, calentaron café, prepararon tortas de huevo y tortillas para sus familiares. En recipientes plásticos colocaron sus almuerzos, la jornada sería larga. La manifestación en Cuatro Caminos, Chuipatán o Xecanchavox llegaría a ser una de las más grandes de inicios de la década en Guatemala. La decisión de manifestar fue tomada en asamblea en cada aldea y cantón después de más de diez años de intentar disminuir el alto costo de la energía eléctrica. Además, el gobierno del General Pérez Molina acababa de eliminar la carrera de magisterio, opción que permitía a miles de jóvenes quichés conseguir trabajo y, así, evitar la migración a Estados Unidos.
Recapitulación: el monumento destruido en Chuipatán
Meses después de la masacre en Chuipatán, o Alaska, los 48 Cantones construyeron un monumento a un costado del kilómetro 169 de la carretera Interamericana. Por varios años asistí a la conmemoración y observé cómo se había convertido en un espacio para congregar a las viudas, los huérfanos y las autoridades comunales. Varios ajes q’ijab encendían el fuego en ceremonias mayas, las viudas tomaban el micrófono y jóvenes realizaban representaciones de teatro sobre lo acontecido el 4 de octubre de 2012. El monumento, con los nombres de algunos de quienes murieron, fue destruido por desconocidos en el año 2020. Un amigo detuvo su carro y me envió una fotografía de un resto de la piedra verde con letras doradas. Era imposible leer los nombres.
Me pregunto si, de aquí a unos años, pervivirá en la memoria de las comunidades quichés quién era Rafael Batz o Arturo Sapón. ¿Será similar a las historias que escuché de los vecinos de Nimasac o Vásquez quienes, durante la guerra, vieron cómo llegaban desconocidos a tirar cuerpos desnudos alrededor de Chuipatán? Por ahora el monumento está destruido. Por otro lado, la magnitud de la violencia contra los pueblos indígenas en este país ha creado la idea de que basta con hacer listados de muertos y muertas y dejarlos inscritos en un lugar que, muchas veces, poco representa para quienes caminan por allí, todos los días. Sin embargo, cada nombre esconde una riqueza de vivencias, de relaciones, de emociones asociadas a una vida con significado comunal en la historia de un pueblo.
La memoria se constituye en vida social recuperada cuando encontramos que su vida cotidiana es tan similar a la nuestra. ¿Acaso, después de una semana de trabajo, no buscamos a nuestros amigos para un partido de fútbol? ¿No son los diseños de los cortes de Francisco o de Eusebio Puac similares a los que llevan las mujeres en otros pueblos mayas de Guatemala? La gran fuerza de transformación en este territorio es tan íntima y tan evidente a la vez: la democracia asamblearia de las comunidades indígenas de Guatemala es muestra de ello. Rafael era escolar; Jesús Baltazar, fontanero; Eusebio y Arturo colaboraban en sus iglesias; Santos era un joven constructor; Jesús Francisco tramitó nuevas oportunidades para Chipuac; Lorenzo formó parte del Comité de Agua de Chirijuyub’.
Recuperar las memorias de quienes murieron en la Cumbre de Chuipatán es, pues, una manera de reescribir la historia, unir los pedazos rotos del monumento, congregar el fuego y la palabra, algo así como lo hicieron hace quinientos años los antepasados de Chuimekena’ en los bosques que rodean el cerro K’uxlikel.