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El brutal asesinato del sacerdote jesuita Luis Espinal Camps

Es sábado 22 de marzo de 1980, horas 9:00. En Radio Fides empiezan a preocuparse, pues Luis nunca había faltado a su programa “Hablando de Cine”, ni había llegado tarde jamás. Ese día Lucho no vino. Luis no había llegado a su habitación durante la noche. El pánico empieza a apoderarse de sus compañeros de trabajo y de sus hermanos jesuitas.
Son las 09:35, comienza la campaña de búsqueda a través de Radio Fides. Poco después del mediodía, mediante llamado telefónico, la Dirección de Investigación Nacional (DIN) comunica que se encontró un cadáver con las características de Espinal.
El campesino Augusto Chura Condori halló el cadáver en un basural del kilómetro 8 del antiguo camino que va desde Achachicala hasta Chacaltaya. El director de la emisora, junto con otro colega periodista se apresuran hacia la morgue. En efecto, era Espinal, asesinado. Su cuerpo estaba lavado, blanco, muy blanco.
Fue secuestrado la noche del día anterior cerca de su domicilio en la calle Díaz Romero de Miraflores. Había ido, como acostumbraba los viernes, a ver películas en el cine 6 de agosto. La última película que vio: Los Desalmados. Por ironía del destino, unos desalmados del Servicio de Inteligencia y del DIN vigilaban su casa desde hacía una semana. Un grito ahogado se escuchó a la medianoche. Las sombras de la noche, en una calle sin iluminación, camuflaron la osadía de los plagiadores que arrastraron a Espinal hacia un jeep. Lo llevaron al matadero del barrio Achachicala.
Los asesinos dirigidos por Arce Gómez torturaron a Espinal durante 4 horas. Tortura brutal. Magulladuras en el esternón y varias costillas. Sobre su pecho quedó fuertemente marcado un gran hematoma en forma de cruz. Golpes en la cabeza y cortes sangrantes en los labios y piernas. Finalmente, fue asesinado con varias ráfagas de ametralladora, balas que atravesaron su cuerpo a la altura de la cintura y la espalda.
Paradójicamente, Lucho había escrito un editorial inédito para el periódico “Aquí” con el título «No queremos mártires». «El país no necesita mártires, sino constructores (…)». No creía que su vida sea importante como para que lo asesinen. De ahí que no tomó recaudos para salvar su vida, pese a las recomendaciones que sus camaradas le hacían.
Pese a que Lucho nunca se imaginó como mártir, lo es para el pueblo que lloró su muerte y nunca lo olvida.»
(Citado en Camacho, Camacho, Möeller, «Testimonio y Legado»)

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